Agregar valor. Industrializar. Transformar una materia prima en un producto semielaborado. Fabricar productos “terminados”, con marca propia, fraccionados.
Estos conceptos que tan bien se ven en un manual de texto, y que tan lógicos suenan, continúa siendo el gran desafío de muchas regiones emergentes. En América latina hay varios exponentes de países que todavía no logran el salto industrial, o transformador en productos seriados de las materias primas, o commodities, sean ellas agrícolas, minerales o incluso industriales.
El trigo o la soja en la Argentina; el cobre en Chile; los minerales en Bolivia, son ejemplos de cómo pesan todavía en las cuentas públicas los recursos naturales.
No está mal contar con ellos y exportarlo. El problema es que no es sano para las cuentas del país porque son productos que están atados a un precio que se construye afuera, en los mercados de compra. Esto hace que la cotización oscile y, aún cuando el volumen aumente cada vez más, una crisis puede tirar por la borda la esperanza cifrada en la estrella de la economía de ese país.
Bolivia, por ejemplo, tiene una altísima dependencia de la exportación de recursos naturales que, para peor, no son renovables, según el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), el organismo de promoción del comercio de Bolivia.
El ingreso de divisas del país andino depende en un 80% de recursos extractivos naturales no renovables como los minerales y el gas. Así, el récord de balanza comercial en Bolivia se da en años de precios internacionales “muy buenos” como 2008, cuando lograron un récord de exportaciones, y “muy malos” en años de crisis: el componente precio es clave en estos productos.
Chile, en su momento dependiente del cobre (que hoy sigue siendo clave en su economía) marcó uno de los caminos posibles en lo que hace a diversificación de exportaciones para no caer en la monodependencia. A Chile le funcionó la acuicultura del salmón, por ejemplo, y las frutas finas.
Bolivia deberá buscar su propio camino. Por lo pronto, elaborar una política de promoción de exportaciones y participación en ferias internacionales, y trabajar junto con el sector privado para encontrar las vías productivas que más competitividad puedan darle a los productos con algún agregado de valor.
Existen en el mundo distintos sistemas y esquemas de apoyo a países menos adelantados para favorecer su comercio. La Unión Europea, Estados Unidos e incluso Canadá cuentan con sistemas generalizados de preferencias (SGP) que eliminan los aranceles para una serie de productos procedentes para este tipo de países todavía no desarrollados.
Autoridades de Bolivia señalaron hay casi 2300 partidas arancelarias que gozan de arancel cero con Canadá, por ejemplo, de las que sólo se aprovechan 17; con Estados Unidos son alrededor de 3000 productos, pero sólo se exportan 333 bajo el régimen.
No siempre el mundo desarrollado le baja los aranceles a los productos que un país emergente más quiere exportar. Pero también están disponibles programas internacionales de apoyo a las pequeñas y medianas empresas (pymes) justamente para aprovechar esos programas y generar nueva oferta.
Uno de ellos, de los más importantes, es el de la Unión Europea AL-Invest, un programa de cooperación que incluye capacitación para acceder a normas de calidad necesarias para exportar, y prepara incluso a las empresas para aplicar y acceder a los programas de crédito.
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